Os voy a contar una historia con moraleja, que puede ser aplicada en muchos ámbitos de la vida. Como nunca hay que dejar que la verdad estropee una bonita historia, os puedo asegurar que es 100% ficticia.

La historia de Joe

La historia comienza en una plaza repleta de gente. Se trataba de un acto por la paz, en donde una señora daba un discurso por la paz mundial subida en un escenario mientras que varias personas trajeadas esperaban a que terminara el discurso para soltar las palomas blancas que tenían entre sus manos.

Una de esas personas trajeadas, a la que llamaremos Joe a partir de ahora, debido a los nervios, agarraba su paloma blanca de la paz con fuerza, como para que no se le escapara antes de tiempo. Cuando terminó el discurso, todas las personas lanzaron al aire sus palomas blancas, las cuales salieron volando despavoridas.

La historia sería muy graciosa si contáramos que las palomas blancas, despavoridas y con los nervios a flor de piel, comenzaron a realizar sus famosas deposiciones sobre el público allí presente. Pero la historia de Joe es una historia seria, así que nada de eso pasó.

Lo que realmente sucedió es que la vida es complicada. La paloma blanca de Joe, tal cual subió, bajó. Cayó al suelo como si se tratara de un ladrillo. La pobre paloma blanca de la paz había muerto por asfixia en las propias manos de Joe debido a la fuerza con la que la había sujetado para que no saliera volando antes de tiempo, porque Joe también estaba nervioso y no quería hacer el ridículo soltándola antes de tiempo. Las risas del público asistente no se hicieron esperar, mientras nuestro buen amigo trajeado no sabía dónde mirar.

La moraleja de esta historia no es que nos riamos del pobre Joe, que todavía no sabe dónde mirar, sino que nos pongamos en su lugar para comprender lo que sintió ese día. Quizá así dejemos de reirnos de él.

Porque al ponernos en su lugar, mientras estamos esperando a que termine el discurso para soltar nuestra paloma blanca de la paz, sabemos que está muerta. Por mucho que la meneemos, por mucho que movamos hacia arriba y hacia abajo nuestras manos con el pobre animal, la paloma no se mueve, o como mucho, parece un pollo de goma. Y la tenemos en nuestras manos. Muerta.

En segundo lugar, porque podemos ver el futuro. Sabemos que cuando acabe el discurso, si la soltamos, tal cual subirá, caerá. Como si se tratara de un ladrillo. Porque sabemos que nuestra paloma blanca de la paz está muerta. Y como está muerta, no vuela. Y la tenemos en nuestras manos. Muerta.

Y en tercer lugar, porque cualquier decisión que tomemos no es la mejor decisión. Si la soltamos sabemos qué va a pasar. Que la paloma caerá, como un ladrillo, mientras el público asistente se reirá de nosotros. Si no la soltamos… ¿Cómo no vamos a soltar una paloma blanca en un acto por la paz mundial?. A veces, hacer lo que tienes que hacer puede traer malas consecuencias, pero no hacer lo que tienes que hacer también.

Por tanto, poneros en el lugar de nuestro buen amigo Joe. Él tiene una paloma blanca muerta entre sus manos. ¿Qué haríais vosotros?